En un mensaje directo al mundo —y particularmente al gobierno de China—, el Dalái Lama, líder espiritual del budismo tibetano, aseguró este martes que su institución no desaparecerá tras su muerte y que la sucesión será decidida dentro de la comunidad tibetana, sin intervención externa. Las declaraciones llegan en un momento de alta tensión diplomática entre el Tíbet en el exilio y Beijing, que ha intentado posicionarse como actor legítimo en el proceso sucesorio.
Durante una ceremonia en Dharamsala, India, donde reside desde 1959 tras su exilio, el líder espiritual fue enfático: “El Partido Comunista no tiene ninguna competencia sobre asuntos religiosos budistas”. Sus palabras reafirman la postura del gobierno tibetano en el exilio, que desde hace años advierte sobre los intentos del régimen chino de imponer un “Dalái Lama oficial” como estrategia de control ideológico y territorial.
Pekín, por su parte, sostiene que tiene el derecho legal de supervisar el proceso de reencarnación bajo el argumento de mantener la estabilidad nacional. Esta postura ha sido rechazada por organismos internacionales, defensores de derechos humanos y la diáspora tibetana, que lo ven como una maniobra de legitimación forzada.
El futuro del linaje espiritual tibetano se ha convertido en una disputa geopolítica de largo alcance. Mientras unos ven la figura del Dalái Lama como una inspiración pacífica global, China la percibe como un símbolo de resistencia que amenaza su narrativa de unidad nacional.
Desde Red República sostenemos que los conflictos religiosos, en contextos autoritarios, se vuelven batallas por el alma de las naciones. La sucesión del Dalái Lama no solo marcará un cambio espiritual, sino un momento clave en la geopolítica asiática del siglo XXI.